~?Karma... mátame!~ Y el karma me diría: No me culpes de lo que te pasa por imbécil.
Mi madre siempre dice que todo lo que nos ocurre en la vida es por una razón, que es nuestro "destino"
??Si creo en el destino??
-?Y un cuerno ! -Eso es lo que pi...
Respira Celeste, tu respira... como en las clases de taichí a las que te metiste en aquel gimnasio solo porque el tío estaba cachas... coge aire.... Suelta aire...
¡Mierda de aire, mierda de taichí y mierda de tanto inspirar!, ¡Eso no sirve una mierda pinchá en un palo cuando llevas tacones de aguja de doce centímetros peor que los que le ponen a las barbies que das dos pasos y te caes de bruces, un vestidito de pitiminí y un bolso minúsculo en el que desde luego plátanos no caben —pero yo había metido avellanas por si acaso me linchaban—, porque eso de que me miraran las tetas para ver si eran postizas en lugar prestar atención al discurso como decía mi madre, no colaba.
—Ya hemos llegado señorita Abrantes —dijo mi acompañante Arthur, que era quien se encargaba de que todo saliera bien y de supuestamente darme mis discursos.
—¿Si lo hago mal me verá mucha gente? —pregunté por asegurarme.
—Bueno... aquí solamente habrá unas diez mil personas, pero los medios de...
—¿Queee?, ¿Diez mil personas? —exclamé con voz de pito.
«Vale... vale, que no cunda el pánico. Soy escritora, ¿no? Pues voy a meterme en mi papel y a ser la protagonista de mi historia»
—Mejor no me digas nada, Arthur... prefiero no saberlo.
Con paso decidido me encaminé hacia las puertas de aquel edificio en el que me estaban esperando con alfombra roja y todo. En teoría debería ser Bohdan el que estuviera ahí y no yo, así que no tenía mucha idea de si el premio de consolación en este caso, —es decir, una servidora—, les agradaba o no, aunque por sus caras de alegría y sonrisas me atrevería a decir que sí.
No me pude quejar de la amabilidad con la que fui tratada, a pesar de tener que estrechar la mano en más de quinientas ocasiones y llegó la hora del discurso; cuándo pronuncie nanotecnología y levanté la vista para observar que todos me miraban atentamente y notar unos cuantos flashed, pero ninguna pregunta, me tranquilicé y por muy increíble que parezca, ¡Lo dije bien! Imaginaba que el alcalde de la ciudad me haría entrega de las tijeras del demonio con las que había tenido hasta pesadillas, pero cuando me indicó el lazo y supe que no había que cortar nada mi sonrisa de oreja a oreja hizo a los presentes comenzar a aplaudir y entre aplausos deshice el lazo y supe que todo había salido bien, por lo que llené mis pulmones de aire. Aguanté como una campeona sobre aquellos zancos mientras me paseaban por toda la galería del centro sociocultural explicándome todas las funciones de la construcción y la dichosa nanotecnología de la que se lucraban en ser pioneros, —ya me podrían haber hecho la guía antes de inaugurarla para no pasar ese miedo ante cosas que no sabía responder—, así que escuchando todo lo que el alcalde de la ciudad me iba contando junto al arquitecto del centro, yo asentía a todo y ponía sonrisa de tonta como si me estuviera enterando a la perfección.
Cuando salí de allí casi no podía creérmelo, ¡Lo había logrado! Hasta me sentía orgullosa de mí misma y todo, oye... que igual hasta valía para ser princesa después de todo.
«Mejor no lo digo muy alto, no vaya a ser que venga Zeus y me castigue con su rayo»
—El coche oficial tardará un minuto en llegar —me comunicó Arthur y sentí que alguien me estiraba de la falda, cuando me giré vi a una niña pequeña, con evidentes signos de dejadez y cuando alcé la vista, vi a la que debería ser su madre a solo unos pasos.
Abrí el bolso por puro instinto como cuando paseaba por Madrid y veía una escena similar, era tal el sentimiento de nostalgia que me partía el corazón no darles al menos algo con lo que poder alimentarse, pero en mi bolso solo tenía, ¡Avellanas!
—Arthur, ¿Tienes dinero? —pregunté y señalé a la mujer.
—Lo siento señorita Abrantes, lo tengo en el vehículo —afirmó contrariado.
Le di la mano a la pequeña y me acerqué a la mujer que me miró sorprendida.
—¿La ha molestado? Ven aquí Marie —dijo llamando a la pequeña.
—No se preocupe, no me ha molestado —sonreí—. Lamento no tener nada que darle, no llevo más que avellanas en el bolso por irónico que parezca —reí amargamente, pero si se espera un minuto, podré darle algo de dinero cuando llegue el vehículo que nos recoge.
—Yo no quiero dinero señorita, solo pido algo de comida para mi pequeña, aceptaré las avellanas de buen agrado —contestó para mi sorpresa y me quedé boquiabierta, ¿No quería dinero?
Vi como la niña le decía algo a su madre y señalaba mis zapatos.
—¿Qué dice? —pregunté mientras le daba el puñado de avellanas que llevaba en el bolso.
—Dice que sus zapatos son preciosos —sonrió la mujer sinceramente.
—¿Te gustan? —exclamé y la niña asintió—. Pues te los regalo.
Y allí, en mitad de la calle, donde aún estaba la prensa y parte de los fotógrafos que cubrían la noticia. Yo, Celeste Abrantes, la prometida del príncipe Bohdan Vasylyk, le regalé unos zapatos de dos mil euros a una niña que vivía en la calle y me quedé descalza.
«Eso no iba a ser noticia local... sino internacional, pero a mi lo único que me preocupó en ese instante era hacer feliz a una niña pequeña»
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