El sábado, aún muy temprano para una persona normal, me desperté sobresaltada por el timbre sonando repetidamente. Si no hubiera sido porque la persona claramente tenía el dedo pegado a él, hubiese ignorado su insistencia tal como muchas veces ignoré la voz de mi conciencia. No conforme con ello, pronto comenzaron a sonar golpes contra la puerta principal.
¿Qué demonios es eso?
Furiosa, aunque levemente asustada (jamás me había sucedido algo así), bajé las escaleras, tomé el atizador de la chimenea y, exhalando fuertemente, abrí la puerta de un tirón.
—¡Hola, pequ–! ¿Qué haces con eso?
—¡¿Papá?!
Ahí estaba él, con su típica chaqueta de gamuza estilo aviadora y su gorra tejida, sonriéndome desde el porche.
Estaba aquí, en Erie.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Me reí, sin contener la emoción, e ignorando que estaba en pijamas y descalza, salté a sus brazos.
Su aroma habitual a crema de afeitar me rodeó instantáneamente, la familiaridad de la suave piel de su mejilla contra la mía, su perfume Polo y su sweater de cashmere. No tenía idea de que lo extrañaba tanto, que su presencia llenaba un vacío tan grande en mí.
—Hola, pequeña. —Como un papá oso me envolvió en un abrazo inmenso, levantándome levemente del piso y dando una pequeña vuelta.
Definitivamente mi contextura pequeña era de la familia de mamá y no de la de él.
—No puedo creer que estás aquí —dije cuando me soltó, enjuagándome las lágrimas que amenazaban con escapar de mi ojos—. ¿Por qué no me llamaste?
—Quería sorprenderte.
—Pues que suerte que no tenía planes, ¿no? —dije irónicamente, ganándome una risotada de su parte—. Pasa, ven. Entra, que está helado.
Cuando me siguió noté que solo traía equipaje de mano. Para una o dos noches.
—Debo regresar el lunes —me dijo cuando se dio cuenta de que lo observaba.
—No te preocupes, me encanta que hayas venido aunque sea por el fin de semana. —Realmente no estaba en posición de reprocharle nada. Todo lo contrario.
—¿Esta casa es toda para ti?
Me reí. A mi también me parecía inmensa para una sola persona, pero era lo más pequeño que había logrado conseguir en los suburbios de Erie.
—¿Puedes creerlo? Y el precio, pá... la mitad que cualquier apartamento en Chicago.
—Me lleva el diablo.
—Déjame que me ponga algo y te preparo el desayuno.
—Tú vístete, yo hago el café.
Minutos más tarde, ya vestida, bajé a la cocina. Inmediatamente me inundó el aroma a café recién hecho y pan tostado. A diferencia de mucha gente, no nos gustaban los grandes desayunos. Mamá, cuya familia era de origen italiano, se había encargado de acostumbrarnos a todos a desayunar liviano. Café y algún bollo dulce. O pan tostado con mantequilla y fiambre.
—No sabes lo feliz que me hace verte —le dije sentándome a su lado mientras él servía el café—. Necesitaba ver una cara conocida.
—Me gustaría quedarme más tiempo —dijo él rodeándome por los hombros—. Pero nos veremos en año nuevo, ¿te parece?
—¿Irás con Mike a Miami en Navidad? —Era una especie de costumbre familiar que teníamos, aunque yo no siempre era parte de ella. Usualmente por el trabajo.
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La distancia entre nosotras ?
RomanceIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...
