Si alguien me hubiera dicho, meses atrás, que conocer a los padres de Elise me tendría tan inquieta, posiblemente no le hubiese creído. Pero eso fue precisamente lo que sucedió.
Contrariamente a lo que me sucedió al conocer a los padres de mis exes, el prospecto de conocer a los de Elise causaba una extraña sensación en mi estómago, como si hubiera tragado un enjambre de avispas que revoloteaban allí incansablemente. Nada agradable.
Eso, más la posibilidad de perderme en una ciudad que no conocía a mitad de la noche, no me relajaba en lo absoluto.
Por fortuna, llegué a Cleveland sin demasiados traspiés. Agradecí vivir en un mundo donde existían los sistemas de posicionamiento, pues con mi pésimo sentido de la orientación era capaz de perderme en mi propio vecindario.
—Has llegado a tu destino. —Me sobresaltó la voz robótica de la mujer proveniente del móvil, indicándome que ya estaba en Edgewater. Según había constatado antes de salir de casa, el vecindario se orientaba al oeste de la ciudad.
Detuve el auto frente a una típica casa de dos pisos, estilo americano con un porche iluminado, y ventanas distribuidas simétricamente a ambos lados de la puerta principal. Nada increíblemente lujoso, pero bonito. Inmediatamente recordé las palabras de Eli, meses atrás: "Éramos personas "normales". Pero en sus estándares, siempre fuimos escoria".
¿Escoria? Los padres de Daniel sí que eran adorables. Definitivamente a cierta gente era mejor perderla que encontrarla.
Bajé del auto y, ante el sonido sordo de la puerta al cerrarse, una cálida luz se derramó desde la puerta principal en mí dirección.
Vi aparecer a Elise envuelta en un cárdigan de lana que ella ajustó alrededor de su cuerpo y, luego de sonreírme, me encontró a medio camino.
—Llegaste bien. —Fue su cálido saludo antes de besar tiernamente mis labios.
—¿Cómo estás? ¿Cómo está tu padre?
—Estable. Está en observación desde ayer.
—¿Qué le sucedió? —Cargué el pequeño equipaje que había armado y me volví hacia ella.
—Ven, vamos adentro que está helado y te cuento.
Nos aproximamos a la casa donde otra figura nos observaba desde el porche con sus brazos cruzados. Sentí mis músculos contraerse.
Era una mujer. Su madre.
Mi boca se secó.
A medida que nos aproximamos, pude distinguirla mejor. Cabello platinado que llegaba apenas arriba de los hombros enmarcaba un rostro de piel pálida, pómulos altos y labios ligeramente anchos como los de su hija. El parecido físico era evidente, a excepción de su altura. Elise era más alta.
—Má, ella es Vanessa. —La voz de Eli y su mano descansando en la parte baja de mi espalda me sacó de mi ensimismamiento. Como lo había hecho aquella vez en el cumpleaños de Olivia, me dio un gentil empujoncito para que dé un paso al frente.
—Es un placer, señora. Gracias por recibirme —le dije tragando mis nervios y ofreciendo mi mano, temiendo que no la estreche.
Por su rictus solemne podría haber supuesto que eso sería exactamente lo que sucedería, pero gracias a algún ser divino que me tenía en gracia, la mujer tomó mi mano entre las suyas.
—El placer es mío. Dime Bianca, por favor.
—Bianca. —Sonreí aliviada.
—¿Tienes hambre? —preguntó Eli tomando mi bolso sin darme tiempo a protestar—. Te preparo algo, ¿quieres?
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La distancia entre nosotras ?
RomanceIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...
