抖阴社区

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—Gané

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—Gané.

El señor Peeters lo miró desconfiado.

—Ni hablar. —Humedeció sus dedos y separó otro sobre.

—Eran platos de porcelana. Anóteme —exclamó agitado. Se desplomó en la silla más cercana con los músculos latiéndole de tanto pedalear.

El señor Peeters estaba detrás de un mostrador vetusto. Examinó a Noah por sobre sus lentes, escéptico.

—¡Ja! Si quieres que te anote debes ganártelo, vamos hijo, cuéntame todo.

Noah sonrió listo para otra apuesta.

—Bueno, la señora Pérez no fue muy amable que digamos, me hizo irritar. Por poco le saco la caja de las manos y la abro yo mismo. Hasta que le dije: «Me pareció oír un ruido raro en el interior, como partes de algo».

—Le mentiste.

—Le insinué, que es distinto que mentir.

Ambos se miraron. Los ojos color bronce de Peeters competían con el sol tras la ventana. El viejo viudo sonrió bajo su barba canosa y palmeó la mesa.

—Ya era hora, hijo. Una semana entera comiendo polvo, eh. —Abrió su libreta y escribió una cruz bajo el nombre de Noah.

—Sería más fácil si pudiera sacudir las cajas y escuchar su interior. —bromeó agitando sus manos en el aire.

—Dudo que el camino fácil sea el mejor, chico. —Peeters depositó un manojo de billetes arrugados en el mostrador.

Noah se agachó para sacar su mochila de debajo del escritorio y un olor agrio le invadió el rostro. Un cúmulo de botellas vacías yacía frente a los pies de Peeters.

—Señor.

—No sé qué haría sin ti, hijo. —Noah se levantó—. ¿Me imaginas pedaleando por Fennie, subiendo y bajando esas condenadas calles? Mi esposa diría que estoy siendo exagerado, pero, oh...Vete chico. Ya sabes cómo soy cuando empiezo a hablar.

—Me quedaría todo el día, usted lo sabe bien, pero tengo que irme. —Guardó el dinero y acomodó sus anteojos.

Noah se calzó la mochila con ansias. Peeters era un hombre amable, aun así, necesitaba ir a la biblioteca de una vez.

—Ve tranquilo y por buen camino.

Noah le estrechó la mano y salió del correo. El señor era fuerte para su edad y Noah tenía que fingir que no le quebraba un dedo con cada saludo. Era la única forma en la que saludaba su empleador, nada de besos o abrazos. Era un saludo de hombres, decía él, uno que Noah prefería evitar si podía.

Pedaleó hasta su casa con el cielo violáceo sobre él y dejó su bicicleta. Una intensa vibración acariciaba su espalda y tuvo que detenerse en la entrada para buscar el móvil. Al encontrarlo puso los ojos en blanco.

Detrás de mis palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora