Lo cierto es que me quedé completamente inmóvil. Había algo en la naturalidad de Naizy que me fascinaba y desconcertaba al mismo tiempo.
—No eres muy espabilado —añadió, quitándome el trozo de tela de las manos mientras zarandeaba los pechos con una sonrisa burlona.
—Solo estaba fijándome en la herida que tienes en el hombro —mentí torpemente, intentando disimular mi nerviosismo.
Naizy soltó una risa ligera y abrió el cajón de un pequeño mueble de caoba, sacando un frasco de cerámica.
—Aplícatelo en la mano —dijo, entregándome un ungüento grisáceo—. Los mordiscos de ese desgraciado pueden causarte una infección, y tu mano parece bastante afectada.
Me unté el bálsamo con cuidado, dejando que el frescor aliviara el ardor. Luego la miré.
—Primero te lo echaré a ti.
Con delicadeza, extendí el ungüento sobre su herida, asegurándome de cubrir bien la zona. Después me ocupé de mis propias heridas, dejando que el bálsamo penetrara en las marcas rojizas que me había dejado Maner.
Me até el pañuelo blanco sobre la chaqueta, ajustándolo con firmeza. Luego, exhausto, me dejé caer sobre un almohadón tirado en el suelo.
—¿Has dibujado tú esas pinturas? —pregunté, observando los cuadros que decoraban la pared—. Son muy bonitas.
Naizy asintió con la cabeza, y yo entrecerré los ojos para fijarme mejor en los detalles.
—¿Ese es tu apellido? —dije con una sonrisa nerviosa mientras me vendaba los dedos—. Todos los lienzos están firmados con el nombre Naizy Sentido.
—¿Te parece gracioso? —replicó con una ceja alzada—. ¿Por qué no me dices el tuyo para poder divulgarlo por todo el pueblo?
Negué con la cabeza y cerré la boca de inmediato.
—Estate calladito —murmuró justo antes de desnudarse por completo.
Comenzó a limpiarse con meticulosidad, y yo, luchando contra mi instinto, intenté no mirarla. Pero mis ojos, traicioneros, se desviaban hacia sus nalgas perfectas. Estoy seguro de que se dio cuenta, aunque no pareció importarle.
Cuando terminó de asearse y vestirse, abrió la puerta de la habitación y me hizo un gesto con la mano.
—Vamos, Éliar. No estamos aquí para perder el tiempo.
En el salón, su madre dormía tirada en el suelo, rodeada de botellas vacías.
—Toma, bebe —me dijo Naizy, ofreciéndome un vaso de agua limpia.
—Gracias —respondí tras bebérmelo con ansias—. ¡Qué gustazo!
Naizy abrió los armarios y comenzó a meter frutas y verduras en una pequeña bolsa rojiza.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté, todavía confuso.
—No puedo quedarme aquí mucho tiempo —respondió, sin detenerse—. Tengo que seguir buscando pistas sobre mi hermana. Ven conmigo.
Mi expresión apenada la hizo detenerse por un momento.
—¿Acaso tienes otro sitio donde ir?
—No —admití tajantemente—. Solo que nada me gustaría más que sacar a mi familia de Ástbur.
—Eso es imposible.
—¿Y si me alisto en el ejército? —pregunté, aferrándome a mi idea con esperanza—. Con el tiempo podría ascender a noble y comprar su libertad.

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El Pendiente de Fuego I (?ncora)
FantasyEn los m¨¢rgenes del mundo, donde los apellidos pesan m¨¢s que las acciones, ?liarag lidera una banda de ladrones con un solo sue?o: romper las cadenas del destino y alcanzar la libertad. Nacido entre la esclavitud, el fr¨ªo y la miseria de un pueblo c...