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Cap¨ªtulo 16 (Caminando sin regreso)

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Día 31, Periodo del Viento, año 1314

Los primeros rayos de luz que se filtraban por el ventanillo me arrancaron del sueño.

—Menuda noche... —murmuré entre bostezos, estirando el cuerpo entumecido.

Aún medio dormido, giré el rostro, buscando con la mano el calor de Naizy. Pero mis dedos solo rozaron sábanas frías.

—¿Naizy?

Abrí los ojos de golpe. Estaba solo.

Me incorporé de un salto. El corazón me retumbaba en el pecho.

—No... —susurré—. No puede ser.

Di una vuelta por la habitación como si esperara encontrarla detrás de algún rincón invisible. El diario. Busqué con desesperación en la mesa, bajo la manta, en el suelo. Nada.

Fue entonces cuando vi la nota. Estaba sobre la mesilla, junto a unas pocas monedas. La cogí con las manos aún temblorosas.

Éliar:
Me caes bien. No es personal.
Necesito el diario de Dorge Alonsuar. Me ayudará a encontrar a mi hermana.
No podemos seguir avanzando juntos. Te buscan, y solo atraerías más problemas.

Te dejo el caballo y algo de dinero. Compra comida. Y ten cuidado. No te fíes de nadie.

P.D.: También me he llevado la chaqueta. Era de mi padre. Me da fuerzas.

P.D.2.: Los orgasmos no fueron fingidos, idiota.

La leí dos veces. A la tercera empecé a reír.

—Soy un pobre pardillo... —murmuré, sacudiendo la cabeza.

Otra vez me había robado.

Suspiré, me pasé las manos por la cara, y comencé a recoger mis cosas. Eché al zurrón los restos de pan, la piel del queso, lo que quedaba del embutido. Las monedas fueron a los bolsillos, junto con la plantiquina, el papel de maíz... y la nota.

Al salir, el aire fresco me recibió de golpe. Noguro estaba sentado junto a la puerta, con un cuenco de madera entre las manos y una sonrisa tan ladeada como su postura.

—Buenos días, mozo. ¿Has dormido bien?

No dijo más, pero no hizo falta. Su mirada lo decía todo.

Asentí, incómodo, y bajé la cabeza mientras lo pasaba de largo en busca del caballo.

—Tranquilo —le murmuré al animal, acercándome despacio—. Vamos a llevarnos bien, ¿de acuerdo?

Le acaricié el rostro y le rasqué detrás de las orejas, hablando en voz baja para tranquilizarlo.

—Seamos amigos. Prometo portarme bien contigo.

El caballo resopló con suavidad. Le froté el mentón y le di un beso en la frente.

—Voy a subir, ¿de acuerdo? —susurré.

Con cuidado, monté. Para mi sorpresa, no opuso resistencia.

—Lo has hecho muy bien —comentó Noguro desde la puerta, con los brazos cruzados—. El corcel te ha aceptado.

—¿Cómo lo sabe? —pregunté, mientras me acomodaba en la silla.

—He visto cómo ha apoyado la cabeza en tus hombros —explicó—. Además, está tranquilo. Fíjate en la forma en que resopla.

Sacó de su alforja una chaqueta con caperuza y me la tendió.

—Toma. Cuando caiga la noche, agradecerás algo de abrigo.

El Pendiente de Fuego I (?ncora)Donde viven las historias. Desc¨²brelo ahora