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Cap¨ªtulo 52 (El Usurpador)

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Día 1, Periodo de la Planta, año 1314.

Aunque trataron de impedírmelo, eché a correr en dirección a nuestra amiga. Cada paso que daba aumentaba mi nerviosismo, y el sudor frío que resbalaba por mis axilas me advertía que algo malo estaba a punto de suceder.

—Earan... —murmuré, con labios temblorosos, mientras extendía la mano y la apoyaba sobre su hombro izquierdo.

En el instante en que lo hice, un vahído me atravesó como una descarga, obligándome a flexionar las rodillas.

—Eres tú... —respondió con una voz fría y distante, girándose lentamente para mirarme. Sus ojos me atravesaron como un cuchillo—. Me alegra verte. Creí que tendría dificultades para encontrarte.

El tono dominante en su mirada me provocó un escalofrío.

—Earan, ¿qué te ocurre? —logré preguntar después de tragar saliva—. Tu hermano dice que últimamente te comportas de manera...

No pude terminar la frase. Antes de que pudiera continuar, estalló en una carcajada que resonó en el aire como una burla diabólica.

—Tienen razón —me dije para mis adentros, mientras la observaba con incredulidad—. No parece la misma chica que conocí en el desierto.

Cuando finalmente dejó de reír, se quitó la caperuza con un gesto decidido, dejando al descubierto su rostro y su melena al viento.

—¿Has traído el libro?

La pregunta me tomó por sorpresa y retrocedí varios pasos instintivamente.

—¿Dónde está el Mitólor? ¡Responde!

Una repentina ráfaga de viento agitó su cabello, despejando por completo su frente. Mi corazón pareció detenerse al ver unas manchas en su sien.

—Esas manchas... —susurré, horrorizado—. Las he visto antes...

Fue entonces cuando su semblante cambió por completo. Sus ojos adquirieron un brillo oscuro y antinatural, mientras su voz se transformaba en algo grave y perverso.

—¡Dame el libro! —gritó con el rostro desencajado.

Antes de que pudiera reaccionar, el silbido agudo de dos flechas surcó el aire tras de mí. Giré apenas para verlas pasar rozándome la cabeza y, con precisión mortal, clavarse en la frente de Earan. Su cuerpo cayó al suelo.

—¡¿Qué habéis hecho?! —grité desesperado—. ¡Desgraciados, la habéis matado!

Sylewer y Àlowar recargaron sus arcos con la misma velocidad con la que me ordenaron retroceder.

—¡Vamos, Éliar! —NiNi voló hasta mí y comenzó a tirarme de la oreja, tratando de hacerme reaccionar—. ¡Los cuatrobrazos tienen razón, debes alejarte de ella!

Aparté al caloto de un manotazo y corrí hacia Earan, arrodillándome junto a su cuerpo.

—Lo siento... —balbuceé entre sollozos—. Esto no debería haber terminado así...

Las lágrimas me nublaron la vista, y la agonía me desgarraba desde dentro. Estaba al borde de liberar un grito desesperado, cuando el cuerpo bajo mis manos comenzó a moverse de nuevo.

Earan abrió los ojos de par en par, con las pupilas completamente negras.

—¡Dame el libro! —repitió con voz de ultratumba.

Antes de que pudiera reaccionar, sus manos se alzaron con una fuerza descomunal y me agarraron del cuello. Las flechas incrustadas en su frente se desmoronaron en finos granos de arena, mientras los agujeros que dejaron se cerraban.

El Pendiente de Fuego I (?ncora)Donde viven las historias. Desc¨²brelo ahora