Naizy se acercó, me agarró de las mejillas y me miró con una intensidad que me dejó perplejo.
—Despierta de tu sueño, Éliar. Nunca podrás convertirte en noble, ni siquiera alistarte en la milicia del rey —dijo con dureza—. Acompáñame, quizá en algún pueblo encuentres un trabajo que valga la pena. Con suerte, podrás rehacer tu vida lejos de esa villa de marginados.
Nada más soltarme, puso en mis manos un par de zanahorias.
—Pero tengo que sacar de allí a mi familia —insistí, incapaz de abandonar la idea.
De repente, el sonido de trompetas retumbó en las calles de Dárasen.
—¿Qué sucede? —pregunté, alarmado.
—¡Lo había olvidado! —exclamó—. ¡La conferencia del rey!
—¿Qué has dicho? —grité, sobresaltado.
Naizy ató el zurrón que tenía en las manos y se dirigió a la puerta.
—Hace unos días capturaron a un descendiente de una de las antiguas monarquías. Al parecer, vivía encubierto en este pueblo —explicó con prisa—. Debemos marcharnos cuanto antes. Muy pronto, todas las salidas estarán vigiladas.
Me cubrí los ojos con las manos y respiré hondo.
—Sé que lo que voy a decir puede sonar muy imprudente, pero... —murmuré tras suspirar profundamente—. Llévame al lugar donde se celebra ese evento, por favor.
Naizy me miró con incredulidad.
—¿Por qué querrías ir allí?
—Me gustaría verle la cara al bastardo que permite la inmundicia que sufre mi gente.
Aunque Naizy aceptó mi petición, lo hizo con visible desgana.
—Ya te lo he advertido una y otra vez, Éliar. La plaza estará repleta de soldados —insistió con seriedad—. Si por algún casual descubren que eres un marginado, desapareceré de tu lado.
—Lo entiendo —asentí con determinación.
El camino hacia el lugar donde se celebraría la conferencia estaba abarrotado, un río de gente que fluía hacia el centro de la ciudad.
—Es allí —indicó Naizy, señalando con el dedo.
La plaza, rodeada de torres estrechas con puntas afiladas, mostraba la opulencia de un mundo al que yo no pertenecía. Las estructuras se conectaban por puentes que servían como almenas para los guardias, y en todas partes ondeaban las banderas del Reino de Félandan, luciendo esa estrella formada por dos triángulos entrelazados que me provocaba un profundo rechazo.
—¿Podemos acercarnos más? —le pregunté con impaciencia—. Desde aquí no podré verle la cara.
Naizy suspiró, resignada, y me tomó de la mano. Nos abrimos paso entre la multitud, avanzando a empujones hasta alcanzar una posición decente.
—No pienso moverme más —declaró tajante.
Asentí, al tiempo que observaba un halcón de pecho rojizo posado en una de las torres. Por el lugar patrullaban soldados montados sobre enormes tejones, como aquel pregonero que había llegado a Ástbur.
Las trompetas resonaron de nuevo y el público dejó de murmullar.
—¡Queridos compatriotas! —el hombre situado en el centro del escenario de madera levantado para la ocasión alzó la voz con teatralidad—. La casa real agradece enormemente la ayuda recibida por parte de los vecinos de este amado pueblo en la captura del infiel. Asimismo, mostramos nuestra más humilde gratitud por tan elevada asistencia.

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El Pendiente de Fuego I (?ncora)
FantasyEn los m¨¢rgenes del mundo, donde los apellidos pesan m¨¢s que las acciones, ?liarag lidera una banda de ladrones con un solo sue?o: romper las cadenas del destino y alcanzar la libertad. Nacido entre la esclavitud, el fr¨ªo y la miseria de un pueblo c...
Cap¨ªtulo 12 (La conferencia)
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