抖阴社区

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𝙼𝚒𝚗𝚊

No es la primera vez que me sorprende observándola

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No es la primera vez que me sorprende observándola.

De hecho, no es la primera vez que yo misma me reprendo por haberme quedado embobada mirándola a ella y esos ojos del color del hielo. Es curioso; cada vez que me zambullo en el frío de su mirada, la misma imagen se proyecta en mi cabeza: la de un bosque completamente nevado, las copas de los árboles blancas como un oso polar, tras un extenso lago helado, y la pureza y la paz que a cualquiera le transmitiría ese silencio.

Yo, en cambio, siempre he pensado que ese hielo solo habla de la tristeza que esconde su alma realmente. Su aparente dureza contrasta a la perfección con la verdadera fragilidad de ese lago detenido en el tiempo. Tal vez sea eso lo que tanto me llama la atención de ella.

Chaeyoung.

Con su media melena negra cada día cubierta por un gorro de lana de distinto color, las mejillas rosadas por el frío del exterior y una fina línea recta que sustituye a sus labios. Y a su sonrisa, esa ligera curva que solo se dibuja en su rostro para anticipar un comentario sarcástico o en momentos como este: cuando me pilla con los ojos clavados en ella.

Me intriga, es algo evidente, y creo que ella lo sabe. Tal vez por eso me sonría tan a menudo. Desde que llegó al instituto, hace solo un par de meses, no la he visto cruzar más palabras que algunos insultos y réplicas a los más gallitos que creen que pueden mofarse de todo el mundo. En su caso, de no vestir como las demás chicas que solo buscan atención.

No es una persona demasiado sociable ni parece muy accesible, y ese es el principal motivo por el que no termino de acercarme a ella. A decir verdad, tampoco es que yo sea la persona más abierta y habladora del instituto. También suelo estar sola durante las clases y, en la hora de la comida, me gusta sentir el frío de las calles de Kenai, este pintoresco pueblo de la costa de Alaska.

Fue precisamente en una de mis escapadas al parque nevado junto al instituto cuando me fijé en ella por primera vez. No sabía quién era, pero enseguida me llamó la atención. No he dejado de venir simplemente porque no quiero renunciar a sus amagos de sonrisa y sus cabeceos a modo de saludo. Nos hemos acostumbrado a la presencia de la otra, aunque después, en los pasillos, parezca que no nos conocemos.

―Hola ―escucho su voz, por encima de la música de mis auriculares, sacándome de mis pensamientos, y levanto la cabeza sobresaltada. No me había dado cuenta de que había deshecho sus pasos y se había acercado a mí. Me cuelgo la diadema de auriculares del cuello y la miro sin saber qué decir―. ¿Te importa que me siente? Aquel banco está helado.

No sonríe, pero se podría decir que intenta sonar simpática a juzgar por la forma en que me mira. Me giro hacia el lugar que señala con el pulgar, a su espalda, y veo que así es: el banco, frente al mío, en el que se suele sentar a almorzar para que nadie la moleste está congelado. Esta ha sido una de las noches más frías del invierno. Después, vuelvo la mirada hacia ella y, aunque me cuesta no parecer tonta, termino asintiendo con la cabeza al tiempo que trato de sonreír un poco.

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