Hace a?os que la mirada de Chaeyoung se volvió fría como el hielo por culpa de las pesadillas, los malos sue?os y los recuerdos espantosos que se cuelan en su mente y no le permiten apenas respirar.
Hace a?os que Mina echó a un lado lo que más amaba...
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He estado en muchas playas en mi vida. He vivido en tantas ciudades distintas que todo lo relacionado con el mar me resulta aburrido e igual. Al menos, eso pensaba antes de este sábado tarde en el que Mina me ha traído aquí.
Los días son tan cortos en esta esquina del mundo que enseguida se vuelve de noche y eso me hace sentir un poco encerrada. Sin embargo, hoy, a las cinco de la tarde, después de encontrarme con Mina frente a la puerta del instituto y tras caminar varios minutos, me he dado cuenta de que la oscuridad siempre está precedida por la luz. Y no hay una más bonita que la que el sol emite justo antes de ocultarse en el horizonte.
Los rayos anaranjados que se camuflan entre las nubes son más que suficiente para caldear un corazón y reflejar la nieve que cubre la arena. Un manto blanco se extiende desde donde estamos nosotras hasta donde alcanza el agua. El contraste es anonadante y me ha dejado completamente sin palabras. No era esto lo que esperaba cuando Mina me propuso venir a la playa. Es mucho mejor.
―¿Te gusta?
Me vuelvo hacia ella cuando consigo pestañear casi por primera vez desde que hemos llegado y me cuesta encontrar las palabras para contestar a su pregunta, formulada con voz queda y un poco dudosa. De modo que me limito a asentir con la cabeza, tragar saliva y guardar las manos en mis bolsillos. Esto ha sido una auténtica sorpresa.
―Ven ―me indica la rubita de la piel de nieve―. Vamos a acercarnos.
Ya me advirtió de que debía traer unas botas de goma y menos mal que le hice caso. La sigo observando bien por donde piso y nos aproximamos a la orilla, dejando nuestras huellas sobre la nieve, algo que me saca una sonrisa. Creo que desde que era pequeña, no había jugado en un día nevado. Nunca tenía ganas ni nadie que me acompañara.
En lo más profundo de mi alma, todavía hay una niña deseando hacer ángeles de nieve y muñecos con botones de piedra y nariz de zanahoria.
Mina se mueve con naturalidad, plantando los pies con firmeza y casi sin tambalearse. Yo, en cambio, estoy a punto de enterrar la cara en la nieve en más de una ocasión, pero al final consigo mantener el equilibrio. Me pregunto con qué frecuenta vendrá ella a esta playa.
Al otro lado, veo un grupo de pescadores tirando de una cuerda con un montón de peces a ambos lados. Si yo ya estoy helada casi las veinticuatro horas del día, no quiero imaginarme esos pobres trabajadores que tienen que tener el frío del mar metido en los huesos. Supongo que estarán acostumbrados.
Tal vez me he distraído demasiado con la visión de las gaviotas sobrevolando esos peces que ya no podrán comerse, pero tropiezo con una piedra que apenas sobresalía entre la nieve y casi me estrello contra el suelo acolchado. Si no fuera por la mano de Mina que me ha cogido rápidamente, de forma instintiva, ahora tendría la cara empapada, el gorro calado y las manos rojas y congeladas.