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—Vos sos todo para mí, ya te lo dije —habló Franco, con una sonrisa sincera y encantadora—. A mí me encantaría que a dónde yo voy estés vos al lado mío.
Las palabras de su novio fueron como una caricia a su corazón, todas las dudas que habían estado rondando por su cabeza se desvanecieron con lo que él le decía. Franco tenía en claro lo que quería y no había cosa más reconfortante que eso para Olivia.
—No sabes lo hermoso que sería estar jugando en un equipo europeo, levantar la cabeza y verte a vos con nuestros hijos en un palco viéndome jugar...
El simple hecho de plantarse esa idea en la cabeza hizo que Olivia se quede en blanco, su expresión era nula y eso hacía que Franco se sintiera nervioso. La colorada se quedó en silencio, mirando al piso y pensando. Sus cejas se arquearon con preocupación y alzó su mirada.
—No cumplí ni los 17... —acotó en voz baja—. ¿Cómo estás seguro que soy yo?
—Porque en mi vida vi una mujer más hermosa. Te tenga que esperar los años que te tenga que esperar para que quieras hijos, no importa, yo te quiero a vos...
Olivia siguió en silencio, sonaba convincente lo que él le decía. Ella tenía claro que Franco era todo lo que quería, pero tenía miedo de que ella en algún momento pueda fallarle como novia, esposa, o incluso peor, que pueda fallar como mamá. Su miedo era no ser suficiente, su miedo era no ser lo que ella misma espera de ella, porque toda la vida fue "Facundo el futbolista de 10 y... ¿Olivia qué?", siempre fue así, su vida entera siempre fueron personas esperando que ella logre algo como su hermano.
—Conmigo no seas insegura, vos sos todo para mí... —susurró él—. Facundo me avisó que seguro querías hablar de esto, por eso hice algo.
—¿Qué hiciste? —preguntó nerviosa.
Franco se sacó la campera que tenía puesta y le mostró su brazo derecho. Se había hecho un tatuaje con el nombre de ella y la fecha en la que se conocieron.